No naciste asustada ni odiándote

(Fragmento de la carta abierta de Caitlin Moran –escritora y activista feminista- a adolescentes en situaciones padecimiento/conflicto. Traducción de Natalia Rodriguez.)

¿Qué les puedo decir a ustedes, mis queridas? ¿A ustedes que están atravesando el Mal Año, ese año en el que no pueden recordar por qué eran felices a los 12, y en el que no pueden imaginarse siendo felices a los 21? ¿Qué les puedo decir en un minuto, dos minutos, tres minutos?

Muchas cosas. El pánico y la ansiedad te van a mentir – son como un comentarista bizarro, maligno de los eventos de tu vida. Su consejo es errado. La adrenalina que te producen te deja tan fuera de vos, tan desconectada y mal aconsejada como lo haría la cocaína.

El pánico y la ansiedad son como idiotas locos y drogados. No escuches las estupideces que te digan chasqueando los dientes.

Esto es una promesa, y un hecho: nunca, jamás, en toda tu vida, tendrás que lidiar con nada más que el próximo minuto. Por mucho que parezca que se acerca un evento -un examen, una conversación, una decisión, un beso- en el que, si te equivocás, todo tu futuro arderá en el infierno delante tuyo y será el fin… no lo será.

Eso nunca pasará. Eso no es lo que pasa.

Los minutos siempre vienen de uno en uno, dentro de horas que vienen de una en una, dentro de días que vienen de uno en uno - todos enhebrados ordenadamente, como perlas en un collar, suspendidos en una elegante línea. Nunca, jamás, tendrás que lidiar con nada más que los próximos 60 segundos.

Hacé la cosa calmada, correcta que necesitás hacer en ese minuto. El trabajo, la respiración, la sonrisa. Podés hacerlo, sólo por un minuto. Y si pudiste hacer ese minuto, entonces podés hacer el siguiente.

Tratate como si fueras tu propio bebé. Nunca cortarías a ese bebé, o lo matarías de hambre, o le darías de comer hasta que llorara del dolor de estómago, o le dirías que no vale nada. A veces, las chicas tienen que ser madres de sí mismas. Tu cuerpo quiere vivir –es lo que nació para hacer. Permitile hacerlo, con la seguridad que vos le vas a brindar. Protegelo. Ese es tu mayor trabajo. Proteger tu piel, tu corazón.

Comprá flores (o si sos pobre, robate alguna de algún jardín; el mundo te debe al menos eso, un capullo), y atalas a los pies de tu cama. Cuando te despiertes, miralas, y decite a vos misma que sos la clase de persona que se despierta y ve flores. Eso hace que tu primer pensamiento deje de ser “Temo al día de hoy. Hoy puede ser el día en que ya no pueda más”, que es, lo sé, lo que pensarías si no. Pensar en la flor antes de pensar en el horror es lo que las chicas siempre deberían hacer, durante los Malos Años.

¿Y lo más importante? Saber que no naciste así. No naciste asustada ni odiándote ni desesperada. Se te han hecho cosas – lo cual quiere decir que pueden ser deshechas. Es un trabajo difícil. Pero vos no le temés al trabajo difícil, comparado con todo lo otro con lo que has tenido que lidiar. Y eso es lo que vas a tener que hacer, ahora y por el resto de tu vida: aprender a construirte una persona. A vos misma.